Asuntos inconclusos:¿Cómo se manifiesta el trauma del apego en las relaciones adultas?

por, Dr. C.J. Correa Bernier

Nuestras relaciones más importantes comienzan a ser establecidas durante los años formativos de nuestro desarrollo, o sea, desde nuestro nacimiento hasta aproximadamente los ocho años de edad.  Entre los protagonistas principales que formaron parte del elenco de nuestra “comunidad de impacto” inicial se encuentran nuestros padres biológicos, cuidadores o figuras parentales, nuestros maestros, mentores, y amigos, entre otros.  La manera como nos apegamos en nuestra adultez está ligada a las dinámicas relacionales que observamos, aprendimos y normalizamos mientras observábamos como nuestros padres y demás adultos de influencia se relacionaban entre ellos.

Si nuestros padres o cuidadores crecieron con un apego seguro, entonces, es muy posible nos hayan ayudado a moldear comportamientos saludables respaldados por un ambiente de confianza, vulnerabilidad, autenticidad y autocompasión, los que hemos venido imitando a lo largo de nuestra vida en nuestras relaciones. Por otro lado, si nuestros padres o cuidadores exhibieron un estilo de apego más inseguro, entonces, es muy posible que, sin saberlo, hayan moldeado nuestros comportamientos y patrones relacionales partiendo de las heridas y deficiencias emocionales con las que ellos crecieron y con las que se relacionan. Inadvertidamente, las deficiencias de apego de nuestros padres o cuidadores influyen, y en cierta manera, determinan, el estilo de apego que exhibimos en nuestra colección de relaciones.

Si nuestros progenitores o cuidadores lucharon con los vestigios de sus propios traumas de apego mientras veníamos creciendo junto a ellos, las posibilidades de que hayamos crecido con una colección de asuntos inconclusos son muy elevadas. De hecho, las investigaciones sugieren que las personas que crecen bajo el cuidado de padres con deficiencias de apego cuentan con posibilidades más elevadas de experimentar traumas relacionales serios en sus relaciones adultas que las personas que crecieron en familias más funcionales y equilibradas. Sin embargo, es importante mencionar que el que hayamos crecido en familias disfuncionales no quiere decir que los traumas de apego son parte de nuestra historia personal, que estemos condenados a ser parte de una relación deficientes o que estemos predestinados a sufrir de algún tipo de trastorno postraumático (TEPT).  

¿Qué es un trauma del apego?

En la mayor parte de los casos, el trauma del apego está relacionado a la calidad del cuidado y viabilidad emocional provista por nuestros padres o cuidadores. El término “trauma” es comúnmente definido como cualquier evento emocionalmente angustioso que queda fuera de nuestras capacidades de resiliencia y/o de afrontamiento. Cuando el trauma está fundamentado en el proceso de apego con nuestros padres, esto presupone que, entre nuestros padres, cuidadores y nosotros hubo una ruptura inesperada durante el proceso de conexión emocional entre nuestros padres, cuidadores y nosotros. De no ser apropiadamente remediado, el trauma de desconexión emocional repentino llevará al hijo a perpetuar, en sus relaciones adultas, las deficiencias de apego con las que creció en su familia de origen.

Cuando entre los padres, cuidadores y el niño existe una base emocional segura, las rupturas de conexión emocional esporádicas son generalmente resueltas, lo que tiende a producir un periodo de enseñanza para los padres como para los hijos. De hecho, es importante mencionar que las rupturas de apego son muy comunes en nuestra especie. Por ejemplo, cuando un padre está distraído con asuntos de trabajo, en ocasiones, podría perder la noción del tiempo y olvidar ser parte de la ceremonia familiar de llevar a su hijo a la cama a la hora del niño tener que irse a dormir. Si la relación paternofilial está fundamentada en un apego seguro, la incidencia causada por una distracción justificada podrá ser fácilmente remediada lo que ayudará al fortalecimiento del vínculo entre el padre y su hijo.

En el caso del trauma del apego, las rupturas de vinculación emocional no son esporádicas, sino que son producidas en serie y sin el beneficio de ningún tipo de intervención remedial. Dicha dinámica, podría llegar a producir en el niño confusión, enojo, descuido y un profundo sentido de abandono. De la situación relacional no ser atendida, el sentido de identidad del niño podría llegar a verse afectado. Lo más común es que los niños que fueron afectados por el impacto de los traumas de apego tiendan a crecer con una predisposición elevada a establecer y mantener relaciones significativas desapegadas a lo largo de su vida adulta.

El trauma del apego y las relaciones adultas

Cuando un trauma de apego no es debidamente remediado, la persona afectada tiende a vivir con una serie de reacciones recurrentes, las que hacen acto de presencia siempre que él o ella intenta establecer y/o mantener una relación significativa. Debido a que el estilo de apego se forma y estabiliza durante los años formativos del niño, la manera en la que aprendemos a apegarnos a los demás también se convierte en un patrón relacional relativamente estable. Lo más posible es que no estemos conscientes de cuáles son las necesidades de apego que permanecen insatisfechas en nosotros, o como estas dirigen nuestros comportamientos y decisiones. Pero si prestamos atención a los patrones más repetitivos, sin dudas, lograremos identificar las tendencias generalizadas en nuestras relacionales.

Cuando crecemos y vivimos con un sentido incompleto de quienes somos, crecemos bajo la sombra de un sentido de quienes realmente somos deficiente. Tal deficiencia, se hace notar en la manera impulsiva como solemos ir de una relación a otra; o en las muchas maneras como tratamos de “encontrarnos” a nosotros mismos sin nunca “lograrlo”. Lo que sí podemos identificar si hacemos un inventario honesto, es el historial de amistades, pasatiempos o intereses turbulentos que hemos estado estableciendo y abandonando de una manera caprichosa y poco saludable a lo largo de nuestra vida. Sino desarrollamos una comprensión sana y honesta de quiénes realmente somos, continuaremos corriéndonos el riesgo de continuar repitiendo las mismas dinámicas de apego que vivimos y aprendimos en nuestra familia de origen durante nuestra niñez. Cuanto más repitamos patrones relacionales desapegados, mayor será el riesgo de que continuemos distorsionando nuestro propio sentido de identidad.

Vínculos traumáticos

Las consecuencias de los traumas de apego infantil no resueltos tienden a repetirse en nuestras relaciones adultas. Las personas que experimentaron traumas de apego durante sus años formativos se exponen, aparentemente de manera compulsiva, a situaciones en las que recrean las dinámicas del trauma original. Por esa razón, gravitan hacia situaciones que son cómodas y familiares para ellas a pesar de que perpetúan la fluidez de las experiencias dolorosas causadas por el trauma original.

Es muy posible que las personas que crecieron bajo la cubierta de patrones de comportamientos comúnmente asociados con el trauma del apego, noten la repetición de ciertas tendencias hacia el establecimiento de relaciones adultas codependientes. En estas relaciones, por no querer estar solas, las personas se aferran a una serie de dinámicas románticas poco saludables. Adornadas con ciclos de idealización y devaluación, las relaciones codependientes tienden a avanzar rápidamente. Inevitablemente, en algún momento de la relación los involucrados comienzan a sentir el peso de la sensación de un aburrimiento crónico, de indiferencia o de una necesidad impetuosa de querer alejarse de la persona a la que supuestamente ama pues entiende la intimidad emocional como una amenaza o como un riesgo. Todo, sostenido por las deficiencias de apego con las que han estado viviendo.

Hay acciones remediales que podrían ser fácilmente implementadas y que podrían ayudar en el trabajo relacionado con los traumas del apego. Pero, antes que nada, es importante recordar que los patrones de comportamientos, incluyendo los comportamientos que interfieren con las actividades de la vida diaria o con la capacidad de adaptación y participación, desempeñaron una función importante en durante las primeras etapas del desarrollo humano. Si los patrones de las relaciones adultas ya no son saludables y aun así nos aferramos a ellas, es importante dar el primer paso y tratar de reconocer dónde aprendimos dichos comportamientos, por qué se nos hizo necesario aprenderlos y cómo podemos crear patrones relacionales alternos que sean más saludables en nuestras relaciones actuales. CB

Acerca del autor: Dr. C.J. Correa Bernier

El Dr. Correa Bernier se ha desempeñado como profesor universitario en las áreas de terapia familiar, terapia de parejas y psicología de la religión y teología. Es además el presidente y director ejecutivo de Conversemos, LLC, organización que fundó en julio 1995. Entre sus logros académicos, Correa Bernier cuenta con una maestría en consejería psicológica, una maestría en terapia familiar y de pareja, un doctorado en terapia familiar con especialización en comportamientos violentos y la psicología masculina, y un doctorado en psicología de la religión. En su trayectoria clínica, Correa Bernier ha trabajado como director de servicios terapéuticos para familias y parejas y ha acumulado más de 30 años trabajando en el campo de la teoría sistémica. Actualmente se dedica al trabajo de la asesoría relacional y la consultoría sistémica. 

Entre sus investigaciones y publicaciones se encuentran: Dios también usa a los pobres, (2020); Hombres escurridizos: ¿Por qué huyen los hombres de las relaciones significativas? (2019), y Toward a Latin American Psychology of Religion: Evolution, Tendencies and Perspectives, (2016).

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